Autorretrato

 

FICHA CATALOGRÁFICA
 

Carpeta II. Carpeta clip-o-log, 29 folios de papel marquilla con obra plástica de JJT y Nina Cabrera de Tablada.
9 3/8 x 11"
Descripción por folio.

11) Autorretrato.
Lápiz sobre papel bond cortado irregular.
7 1/2 x 5"
[Ext. inf. der. ms. a lápiz: "Autorretrato", firmado: "N[ina] T[ablada]". Emborronado: Nena.]
 
 

NOTA
 

Los progresos de la vocación pictórica de Nina Cabrera de Tablada fueron descritos por ella misma en su libro memorialístico José Juan Tablada en la intimidad:

Cuando fuimos a México en 1922, Diego Rivera, Miguel Covarrubias y otros artistas que se reunían en nuestro apartamento del hotel "Ansonia", hicieron algunos elogios de mis ensayos pictóricos y me alentaron mucho a que siguiera por ese camino [...] En Nueva York los recuerdos de México me movieron a seguir pintando. Daba forma a las impresiones que guardaba en lo más recóndito de mi sensibilidad. Sin saber cosa alguna de dibujo ni de pintura, el inolvidable colorido mexicano me hacía  mezclar los colores a mi gusto, para tratar de reproducirlo [...]
    En Nueva York siguió insistiendo José Juan en que yo pintase. Me parece que lo veo: se acercaba a mí y sus ojos profundos y melancólicos me decían: "Debes pintar. Tienes que pintar". Yo pintaba y, mientras él inclinaba la cabeza sobre un libro, lo contemplaba con cierta veneración: tal vez su espíritu se explayaba en los recuerdos de México y, nostálgico, veía a mujeres y hombres tristes, bronceados, silenciosos, envueltos en rebozos y sarapes de múltiples colores... Después, con su cabeza apoyada en mi hombro, José Juan y yo mirábamos a través de la ventana la nieve que caía cubriendo de blancura el paisaje y congelando nuestros recuerdos...
    Y fue así, entre la blancura de la nieve y en el silencio del invierno, como sentí que entraba por primera vez en mi alma el anhelo de pintar y una ráfaga de intuición artística.
    Mi primera obra fue Indias rezando. Se exhibió en los Salones de los Independientes. Este cuadro lo pinté con gran emoción pero violentamente, apretando los pinceles con tanta fuerza como mis labios, como si quisiera pintar mi propio sentimiento sin saber dibujarlo. Fue grande mi sorpresa cuando, al terminar la exposición y tratar de recoger el cuadro, supe que lo había comprado el gran pintor norteamericano John Sloan, quien pagó por él ciento cincuenta dólares. Después en otras exposiciones, varios cuadros míos fueron adquiridos por un especialista del Centro Médico, el Dr. Katz, psiquiatra muy conocido. Guardo recortes lisonjeros de críticos norteamericanos que tuvieron la amabilidad de ocuparse de mis pinturas.
    Como no seguí por esa vía, los presentimientos de mi esposo no se realizaron, y me arrepiento de haber comenzado tan bien para terminar siendo una pobre luchadora que no supo alcanzar un puesto en los campos de la pintura [pp. 54-55].
ELV