Tres rostros (mono y dos hombres con sombrero)

 

FICHA CATALOGRÁFICA

Carpeta II. Carpeta clip-o-log, 29 folios de papel marquilla con obra plástica de  JJT y Nina Cabrera de Tablada.
9 3/8 x 11"
Descripción por folio.

9) Tres rostros (mono y dos hombres con sombrero).
Lápiz de color y tinta sobre papel marquilla.
10 7/8 x 7 5/8"
[Ext. inf. der. pequeña rasgadura.]
 
 

NOTA
 

El último apartado de la crónica neoyorquina "De pugilista a párroco...", comentada en la nota a la imagen Cabeza y palma de mono, lleva por título "En defensa de los monos". En él, Tablada desarrolla una amplia comparación entre el hombre y el mono en la que menciona la semejanza de expresión entre los simios y los hombres ancianos la cual se encuentra retratada en esta  acuarela:

Un proverbio hindú asegura que los monos oyen y entienden y que si no hablan es sólo para evitar que los hombres los obliguen a trabajar. ¡Pero si los monos hablaran!...
    Yo no creo que, como pretende el poeta Kipling al hablar de los Bandar Lung, los monos sean versátiles, vanidosos e insubstanciales... Quizás sean así los monos aulladores del trópico, los que, en ocasiones, resultan literatos, eruditos, críticos, que hacen sonetos y aun suelen dedicarse a la política...
    Pero los patriarcales gorilas, los graves orangutanes que en el rostro llevan la misma dolorosa expresión de los hombres ancianos, los chimpancés atentos y serviciales, esos son distintos.
    Quizás a las selvas del África y a las espesuras de Borneo, donde habitan los grandes monos, lleguen a veces los ecos de las polémicas humanas. Quizás el ladino chacal chismoso y correveidile, llegue a donde está el conciliábulo de los grandes simios y por darles un mal rato, les diga con su reír oblicuo:
    –Jefes: ¡los hombres están indignados porque alguien les dijo que su estirpe descendía de la de ustedes!
 Al oírlo, un gran orangután salta curioso desde una rama de bambú elástico. Los gorilas se indignan de la vanidosa alarma humana; golpéanse los enormes pechos cóncavos que resuenan como teponaxtles heridos; rechinan otros los dientes o hacen brillar los ojillos sagaces, al parpadear nerviosamente. Por fin, el decano, el viejo de la tribu, estalla en su ruda lengua selvática:
    –...¿Se avergüenzan de nosotros los hombres, los pálidos lémures cartilaginosos y blandos que nada serían sin el fuego que han robado a los dioses? ¿Se avergüenzan de nosotros, que vivimos en fraternal paz en el fondo de la selva? ¿Y por qué? ¡Nosotros vivimos pacíficos y ellos emplean para destrozarse todos los dones celestes! Nos matan a nosotros, a nuestras hembras y a nuestras crías. Matan a todos los habitantes de la selva, al cocodrilo sagrado y perezoso, que sólo abre las fauces cuando la presa está cerca y él hambriento; matan a los buenos hipopótamos, cuyas espaldas nos sirven de puente al crecer los grandes ríos; han matado aun al mismo elefante, al solitario del Baobab, que conoció a Budha y que en las noches de luna nos cantó el Ramayana y el Libro de Manú... Y cuando no tienen caza, los hombres se matan entre ellos conjurando para su obra de muerte al eclipse, al incendio, al terremoto y a la tempestad. ¿Aman acaso las obras de Dios, el sol y la luna, los crepúsculos, las flores y las estrellas?... No, se destrozan por el amor del oro, del metal amarillo que, semejante al excremento de las gacelas, rueda entre la arena de los ríos... Si los hombres pálidos y blandos se avergüenzan de ser nuestros descendientes, nosotros, en cambio, los repudiamos como progenie... ¡Son nuestros hijos, pero bastardos y malos, cuyo anuncio es el fuego que mata, cuyo rastro es la sangre de todos los seres!
    Eso dijo el gorila macizo y venerable, haciendo resonar de nuevo el amplio tórax con una manotada de indignación final, y cuando el viejo de la selva hubo callado, un orangután muy observador, añadió:
    –A veces, los hombres quieren imitarnos; pero en la lucha sin armas, a puño limpio, son tardos e ineficaces... Yo, cuando estuve cautivo, vi pelear a dos boxeadores. ¡Al final de la lucha estaban completos! ¡Yo, en cinco minutos, hubiera acabado con los tres hombres que estaban en la palestra!
    Y un joven babuino que empinaba al claro de luna un posterior azul como la turquesa, concluyó, diciendo:
    –¡Ya lo creo que los hombres nos imitan y aun nos admiran! ¡Nos tienen como término de comparación para la belleza superlativa! Aun filósofos y estetas como Julius Torri, apenas se encuentran a solas con una mujer bonita, le murmuran al oído: ¡Qué mona eres!
     Llegó en esto trotando un tropel de jirafas –atalayas áureas de la umbría– trémulas ante el remoto peligro...
 Podían haber avistado a los tigres o a los hombres y sin esperar más, la asamblea se desbandó y los simios se perdieron entre las cumbres de los árboles, hacia la noche estrellada... [El Universal, 5 de octubre de 1924 en el CD-ROM La Babilonia de Hierro].
En este Archivo existen otros dibujos que tienen por tema los monos: Un mono, Dos monos y Zoológico del Calvario.
 
 

PMJ