orgánico, desde el hombre hasta el zoófito; desde
las nebulosas hasta la mota de tierra y la brizna de paja, una partícula
divina del alma del Gran Todo...
Nació el paisaje tal
vez a mediados de la época Heían, siglos nono y décimo
de nuestra era, decorando los biombos de los templos; tales pinturas fueron
ejecutadas según un crítico nipón3
"con pericia calculada para inspirar el corazón de los devotos".
Maestros chinos de la dinastía Tang y arcaicos pintores nacionales
de la naciente escuela Yamatoyé alternaron en tales decoraciones,
proveyendo a la secta mística Shingon y a la Shodó, a la
sazón preponderante, de tan nobles atributos del culto y llegando
en los subsecuentes períodos históricos de Fushivara y de
Kamakura, hasta destacar las figuras de sus cuadros, a la manera de Vinci
y de Velázquez, ya no sobre vagas nubes o imprimaciones de oro,
sino sobre agrestes paisajes.
La "Vida del Bonzo Ippen";
los retablos del "Dios de la Capilla de Kasuga", son obras famosas de la
escuela Yamatoyé, que muestran paisajes pintados con gran sentimiento
y peculiar fineza. Ya entonces, el paisaje que anteriormente tenía
la frustránea vaguedad de los limbos primitivos, como en los fondos
del Giotto, como en las "predellas" del "quattrocento italiano", o más
bien, por su pueril detalle, a guisa de Memling o Van der Meire, el paisaje
vibró entre el aura tímida de la perspectiva aérea
y los pinceles intentaron albores de madrugada, meridianas claridades y
penumbras nocturnas...
Más tarde sobrevino
la era de los Ashikaga, fastuosos regentes que fueron los Médici
del Japón y