Con la frase congratulatoria
¡O medetó! con la sibilación aspirada de la
urbanidad exquisita, con zalemas y sonrisas, aquellas gentes se dirigían
al encuentro de Tokubei que iba reconociendo a sus vecinos: Taku Sanyemón,
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de Bizen; el Kiseruchi o fabricante de pipas del Puente de Inari;
el juglar Chobai siempre acompañado de su mono danzarín;
las musmés de la vecina casa de té y hasta el ciego heñidor
o masajista del barrio...
La nueva de las hazañas
de Tokubei y de su brigada, en lucha con el fuego, habían llegado
hasta el vecindario halagando el orgullo local que a la sazón desbordaba
en entusiastas felicitaciones. Cuando terminaron, Tokubei notó la
presencia de un desconocido que se mantuvo apartado mientras duró
la efusión popular. Ahora se acercaba, inclinándose en profunda
caravana que dejó ver a Tokubei el doble escudo estampado en su
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el cono del Fuziyama sobre una hoja de parra.
—Soy Yuzaburo Tsutaya, anunció;
vivo junto a la gran puerta del Yoshivara y anoche fui testigo de la victoriosa
lucha de la brigada Dzu,22
de que sois digno portainsignia, contra el fuego que hu-