Matriarcado o ginecocracia
Hace ya años vengo hablando en estas crónicas neoyorkinas sobre la dominadora y absoluta preponderancia de la mujer en la nación norteamericana, cuyo espíritu sintetiza y recapitula la ciudad del Hudson.
Insistiendo en ese fenómeno y frente a sus constantes manifestaciones, osé predecir, hace cerca de un lustro, el advenimiento de un matriarcado que subordinaría la voluntad masculina al tiránico capricho de la mujer.
Por todo ello me siento satisfecho al encontrar la confirmación de mis alarmas en escritores de tanta ponderación y autoridad como Carlos Pereira, quien acaba de escribir, aludiendo incidentalmente a esta nación: "El hogar es un sistema de domesticación y los maridos animales útiles productores de bienestar". Y en el mismo escrito dice dicho sociólogo que "las mujeres dominan en la escuela y la literatura" y llama al régimen que aquí impera de facto: "La ginecocracia de los Estados Unidos"... nombre que para el caso equivale a matriarcado.
El público de nuestra raza no se muestra reacio a admitir el fenómeno, aunque la parte de él que acepta sin discusión la excelencia de las normas que rigen a este pueblo, no distinga en el mujeril predominio, nada alarmante.
No quiero aparecer como ignorando que esa misma hegemonía femenina es considerada por una élite de pensadores como un aspecto necesario de la evolución integral, es decir, la teosofía, pero esa consideración por profunda, no cabe en esta crónica, que únicamente señalará ciertos hechos desconcertantes que acompañan a la mujer, Venus victrix más formidable que nunca, en su triunfal camino, sembrado de viriles despojos...
La guerra de los sexos
"Nací en el mundo de los hombres y voy a morir en el mundo de la mujer", exclama melancólicamente un escritor de estos climas, al darse por fin cuenta de que está viviendo en los trágicos días del crepúsculo de los dioses, pues dioses fueron los hombres en la vida antigua, crepúsculo que si para los varones precede a la noche del olvido, es para las mujeres alborada de la Edad de Oro!
Confieso que así como sentí satisfacción al estampar el juicio de mi amigo y colega, me asombro ahora al ver el matriarcado reconocido y admitido por las mismas víctimas con una especie de fatalismo que, en verdad, no quisiera yo ver compartido por los hombres de mi raza, pues de producirse entre nosotros tal inversión, no sería a la matriarca a quien tendríamos que sufrir, sino a la fiera Amazona, a Artemisa o a la Belona misma, embrazando el propio escudo de Medusa, fulminando el rayo de Júpiter, seguida del tropel de las Estinfálidas y de las jaurías de las diosa cinegeta. Pero no por ser menos marcial es menos triste lo que aquí se produce. Oíd lo que dice la víctima:
"Se ha operado un milagro en la transposición de los sexos y los hombres nos encontramos de pronto en un mundo extraño, con la mujer marchando entre el esplendor de su nueva gloria y adaptándose a su nuevo estado con más facilidad que el hombre relegado a un mundo de tinieblas." Y luego la confesión categórica: "La mujer hoy es trascendental, rige a los estados unidos y domina nuestra vida nacional".
¿No es éste acaso el matriarcado que predije hace un lustro?
El hombre amujerado
Tan delicado es lo que sigue que para no incurrir en responsabilidades lo transcribiré textualmente, como lo publica "una de las víctimas": Nada indica mejor la confusión de los sexos que la femenización del traje varonil. No puede hallársele igual más que en los decadentes y lujuriosos días de Francia antes de la Revolución o en aquellos siniestros días que antecedieron a la caída del Imperio Romano. Un paso a través del distrito mercantil, un estudio de los aparadores de las camiserías para hombres, es una revelación! Lingerie masculina de refinadas sedas en matices de pastel. Camisas coquetas, pijamas inauditos, corbatas... todo en suave y finísima seda... Nótense tejidos y colores en los nuevos trajes y abrigos: particularmente en la ropa deportiva; los afeminados sweaters, la espumosa ropa interior, los cinturones irisados, las medias y pañuelos exquisitos... Entre una hermana y un hermano de la joven generación, los trajes para el día y especialmente la ropa para deportes, pueden ser perfectamente intercambiables.
Tal es el plumaje de los nuevos efebos, como se ve, equívocos y sospechosos... Quienes en México los imiten, si acaso hay valientes capaces de tal mimetismo... ya saben a los que se exponen!...
Democracia y prohibición
Lo curioso es que las causas de ese fenomenal estado de cosas es atribuido por los mismos perjudicados a dos entidades, augusta la una hasta haber provocado la adoración de sus partidarios y la otra investida de discutidos caracteres y causa de bienes hipotéticos y maleficios muy reales; trátase en resumen de la Democracia, madre de este pueblo y de la Prohibición, hija bastarda del legislador Volstead... Fueron nefastas las virtudes de la democracia, el poder igualitario y la tendencia niveladora, al hacer iguales a todos los hombres y al considerar a la mujer con los mismos derechos que el sexo fuerte. Entre sus quejas resignadas, dice el escritor víctima:
"El hombre perteneciente históricamente al sexo fuerte ha tenido que reconocer un profundo cambio en el sexo débil. La igualdad con su influencia niveladora lo ha traído y, o la mujer ha sido exaltada a la fortaleza viril o el hombre ha sido amenguado en debilidad femenina. En cualquier caso la desigualdad ha sido destruida. ¿Quién puede negarlo?..."
No, cándida y resignada víctima, nadie piensa en negarlo... Tanto culmina sobre el pedestal que los propios hombres le han levantado, la nueva y despótica diosa, que se la distingue, no como a la Estatua de la Libertad, al llegar a Nueva York, sino desde lejos, aun desde el extranjero, donde el entronizamiento de la flamante emperatriz, produce asombros no exentos de sarcasmo...
El papel de la prohibición en este suceso en que la Lysístrata de Aristófanes parece no contentarse con un dominio pasajero y condicional, sino fundar una dominación ad eternam, es más complejo. Obró activamente en la mujer y pasivamente en el hombre. Aquélla, dominada por la curiosidad, se dio a probar del fruto prohibido, que en el caso no fue la manzana paradisíaca, sino el jugo de la vid y entre coctel y gin-fiss, encendió el cigarrillo que tan buen compañero es de las libaciones... Por su parte, el hombre dejó de congregarse en aquel recinto que había permanecido infranqueable a la mujer, el bar, la cantina, donde a cubierto de la censura femenina, podían los varones entre sí unirse o confabularse para la defensa de sus derechos y privilegios o en último caso, en las clases rudas, cobrar los ánimos necesarios para administrar a la hembra en rebeldía, lo que aquí se llama un shelack y entre nosotros una buena tunda...
El hombre mueble...
Privado de ese último refugio, de ese supremo reducto, la cantina, ya fuese en el arrabal del pueblo o en el club aristócrata, el hombre dejó las reuniones sin el aliciente del vino que antes los unió en fraternidad sentimental o en sindicatos sin reglamento y arrojado de la taberna y del club, se encontró doquiera bajo la vigilancia, la censura y la tiranía de su consorte.
A un solo lugar se le permitió ir libre y en franquicia absoluta: a Wall Street! La mujer, condescendiente, le hizo creer al hombre que era el rey de la Bolsa de Valores y que allí nadie, ni la propia matriarca, podría competir con su genio y disputarle la supremacía... Pero si el genio de estos hombres para acumular riquezas es admirable, el genio de estas mujeres para gozar de ese tesoro es portentoso. Son legión las Dánaes que obligan al Júpiter plutónico a caer deshechos en lluvia de oro, así como ya no se encuentran más que en el Museo Metropolitano las Ledas que hacen caso de los cisnes...
Quizá por todo eso, cuando veo en las calles de Wall Street a un señor banquero que pasa con aire de suprema importancia, siento lo mismo que si viera a uno de esos cautivos que los caníbales festejan y engordan con fines exclusivamente gastronómicos... Como que los vampiros de Broadway se visten para bailar sus más alegres huin-hula con tiras de pellejo de los gambusinos de Wall Street...
Si de los banqueros descendemos a los maridos de ciento en libra, encontramos lo siguiente, traducido del carnet de la víctima y que confirma lo dicho por el sociólogo mexicano: "El marido en general se encuentra con que es una mera máquina, un intrínseco proveedor. Debe vestir a una mujer más costosamente que nunca, alojarla lujosamente, alimentarla con extravagancia, moverla en auto y divertirla, sin cesar"...
¿Histeria y decadencia?
El mismo escritor que parece llevar la voz de los hombres-víctimas y a quien hemos citado, se llama Vail Lane, nos hace desconcertantes confidencias. Refiere cómo recurriendo a su experiencia de psicólogo y mundano, ocurren a él hombres en plena bancarrota moral, extraviados ante el cambio de normas, sin la energía para protestar contra lo que consideran inevitable, ni negligencia bastante para dejarse arrastrar por el torbellino. Oíd al árbitro: Cuando jóvenes, bebieron, juraron y lucharon como hombres y hoy vienen a mí desdeñando y temiendo el ginebra sintético que se ven obligados a beber, ansiosos de las nobles emociones que ya no existen y refugiados en el desesperado afán de hacer dinero hasta matarse, mientras sus hijos, hombres y mujeres, galopan hacia quién sabe qué abismo velado por las doradas decoraciones y el jazz ensordecedor del cabaret...
Otro escritor enfrente del mismo conflicto de los sexos, que ya comienza a preocupar a todos, cita temibles palabras de Jean Carrere, que bien podrían ser las fatídicas del nuevo festín de Baltasar:
"Cuando el espíritu del macho prevalece sobre el femenino, prodúcese la violencia, despotismo, abuso del poder, BARBARIE. Pero cuando el espíritu femenino prevalece sobre el masculino, hay estancamiento, descomposición, DECADENCIA..."
Es un norteamericano el que trae a cuentas tal sentencia, que a ser aplicable al caso revelaría no sólo que el hierro y el oro de esta enorme nación cubría solo un "sepulcro blanqueado", sino que tras de la plutocracia y la decantada civilización maquinista asomaba la faz del Anticristo, que ya alguien ha pretendido vislumbrar.
El Universal, año X, tomo XL (3568), 1º ago. 1926,
1ª secc.: 3.