En torno a Sor Juana
 
 
 
 

Peralvillos y Tíbares

    La obra de los escritores clásicos es mina riquísima que premia con largueza los esfuerzos de los gambusinos de curiosidades lingüísticas o históricas. No es indispensable, para descubrir tales filones, cruzar el Atlántico; basta con leer, por ejemplo, los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz. Exploremos dos o tres de esas vetas en el primer tomo de la excelente edición crítica de sus Obras Completas preparada y dirigida por el muy erudito "sorjuanista" Dr. D. Alfonso Méndez Plancarte, quizás ayude ello a comprender mejor y, por tanto, a apreciar más la poesía de nuestra "Décima Musa".

    El Conde de la Granja envió desde Lima a la ilustre poetisa un romance laudatorio. Sus versos 55 y 56 rezan así:
 

Cuyo Tribunal es ya
Picota del Peralvillo.
    Quienquiera que conozca la ciudad de México entiende esto como alusión a su típico, populoso barrio; da por averiguado, con pie en esa referencia, que a fines del siglo XVII estuvo erigida allí la picota; y sin mayor cuidado prosigue la lectura.

    Mas Peralvillo, contra lo que pudiera creer el desprevenido lector, bien merece que nos detengamos un momento, en vez de pasar de largo como por lugar desnudo de interés.Sorprende que el caballero epistológrafo, del cual no se sabe que haya habitado en la capital de la Nueva España, se muestra tan conocedor de su topografía como para mencionar a Peralvillo y a la picota. Y del reparo nace la duda: ¿ no se referirá a otro Peralvillo?

    Veamos esto más de cerca.

    Cuando Sancho Panza, vendados los ojos, cabalga a mujeriegas en la nada muelle grupa de Clavileño, teme que a la vera de él y de Don Quijote bulla una legión de diablos "que den con nosotros en Peralvillo". Los comentaristas están acordes en lo tocante al lugar aludido por el pusilánime escudero. Schevill y Bonilla citan al respecto el Tesoro de la Lengua Castellana, de Sebastián de Covarrubias: "Un pago junto a Ciudad Real, adonde la Santa Hermandad hace justicia a los delincuentes con la pena de saetas". El más entendido y docto de los anotadores del Quijote, don Francisco Rodríguez Marín, acude al Libro de grandezas y cosas memorables de España, de Pedro de Medina, publicado en Sevilla en 1549: "Vi junto al camino en ciertas partes hombres asaetados en mucha cantidad, mayormente en un lugar que se dice Peralvillo, y más adelante en un cerro alto adonde está el arca, que es un edificio en que se echan los huesos de estos asaetados después que se caen de los palos "; y tare a cuento, además, un refrán alusivo a la rapidez con que se dictaban y ejecutaban las resoluciones de la Santa Hermandad, especie de policía rural de aquellos tiempos. "La justicia de Peralvillo: ante las saetas que los escritores".

    Del refrán, sea dicho al margen, se colige que tuvo precursores aquel improvisado general que sentenciaba: "Afusílenlo y dimpués veremos".

    El Padre Clemente Cortejón incluye datos curiosos en su extensa nota al Quijote: "En la actualidad -su comentario apareció en 1911- hay dos Peralvillo, alto y bajo, formados por dos caseríos de 15 habitantes, de hecho y de derecho, el primero, y de 7 el segundo. Uno y otro están agregados al término de Miguelturra, partido judicial de la Ciudad Real. Viénele la celebridad, a Peralvillo, porque en él la Santa Hermandad Real y Vieja de Ciudad Real ahorcaba a los criminales, y para mayor afrenta los asaeteaba después, dejándolos luego insepultos". De una "eruditísima nota" de don Adolfo Bonilla y San Martín al Diablo Cojuelo toma citas de Quevedo, Moreto, Eugenio de Salazar y Juan de salinas, así como un párrafo de la Historia documentada de Ciudad Real -compuesta por don Luis Delgado- sobre el "arca" u osario.

    Con apoyo en esos antecedentes -más podrían aducirse- cabe afirmar que el conde de la Granja aludió al Peralvillo manchego.

    Queríamos referirnos a los poemas de Sor Juana y nos hemos detenido en uno ajeno. Veamos otra palabreja, esta vez caída de su pluma.

    En los versos séptimo y octavo del romance decasílabo en que Pinta la proporción hermosa de la excelentísima Señora Condesa de Paredes, esposa del virrey, leemos:
 

Vínculos de dorados Ofires,
Tíbares de prisiones gustosas.
 
    Sobre "Ofires" nadie titubeará, aunque el plural parezca rara: Ofir era la comarca adonde los enviados de Salomón fueron a buscar oro. Pero ¿dónde localizar esos Tíbares?

    Una vez más el Quijote, cifra de la literatura clásica española, nos ofrece una referencia, y sus doctísimos comentaristas la solución del misterio. En el episodio de la Dueña Dolorida, quéjase ésta -y acaso le asista la razón- de la perfidia de los hombres, que engatusan a las cándidas mujeres con mil hiperbólicos ofrecimientos, entre ellos "de Tíbar el oro". Rodríguez Marín comenta: "Cervantes, como todos o casi todos hasta nuestros días, tuvo por nombre propio geográfico a tíbar. Hoy parece averiguado que no lo es, sino voz formada del árabe tibr, que significa puro, y así "oro de tíbar" equivale a "oro muy acendrado". Esa última definición, añadiremos, es la que da el Diccionario de la Real Academia Española.

    Don Diego Clemencín reproduce varias opiniones -equivocadas, inclusive la de Covarrubias- y esta referencia: "Bernardo Pérez de Vargas, en su tratado De re metálica, impreso en Madrid el año 1569, tratando de la naturaleza y generación del oro, dice: "también se cría en cierta tierra como betún, pegajosa, que aparece arcilla, la cual es tierra pesada con algún olor de piedra azufre. Y el oro que se halla en esta piedra tal es muy fino, aunque trabajoso de coger, porque es menudísimo, tanto, que apenas se puede divisar; llámase oro de Tíbar". Por esta autoridad de un facultativo o perito tan acreditado -concluye Clemencín- se ve que el oro de Tíbar era finísimo y apreciadísimo".

    Salvo más autorizaba opinión, el mínimo problema queda dilucidado.

    Tocante a la rareza del plural Tíbares, Rodríguez Marín, al explicar por qué escribe Tíbar y no tíbar,    dice: "Aún, así, con mayúscula, cuando Lope de Vega lo hizo adjetivo en sus Pastores de Belén (1612)":
 

Y más que piedras y tesoros Tíbares,
En mis propias entrañas atesórate.
        Si estas minucias no displacen al lector, añadiremos una más.

    Cierto caballero recién llegado a la Nueva España llamó Fénix a nuestra poetisa, en un romance. Contestó ella con otro, en cuyos versos 77 a 80 leemos:
 

Que yo soy, jurado Apolo,
La que vive de portante,
Y en la vida, como en venta,
Ya se mete, ya se sale.
 
    La alusión al ave Fénix - la cual, según la conocida leyenda con la misma facilidad con que "sale" de la vida "se mete" de nuevo en ella el renacer de sus propias cenizas- es clara; no así el segundo verso: "La que vive de portante". Pero en la respuesta que Sor Juana dio, "con la discreción que acostumbra", al ya citado poema del conde de la Granja, vemos usada la voz portante en forma tal que permite examinar a otra luz el pequeño enigma. Los cuatro primeros versos dicen así:
 
Allá va, aunque no debiera,
(incógnito señor mío),
la respuesta de portante
a los versos de camino.
 
    Al parecer, "de portante", contrapuesto a "de camino", ha de entenderse en un sentido que podríamos llamar "hípico". En el Diccionario de la Academia la definición de "portante" es análoga a la de ambladura: "paso de las caballerías en el cual mueven a un tiempo la mano y el pie del mismo lado"; mas la definición de portantillo: "paso menudo y apresurado de un animal, y particularmente del pollino", se asemeja a la que de portante dio en su Diccionario Ecuestre don Carlos Rincón Gallardo, Marqués de Guadalupe: "el paso apresurado de las caballerías". El competente lexicólogo y habilísimo charro citaba a Quevedo: "Soy tartamudo de zancas y achacoso de portante".

    De Clavileño dice la Dueña Dolorida: "Y lleva un portante por los aires, sin tener alas, que el que lleva encima puede llevar una taza de agua en la mano sin que se le derrame gota, según camina llano y reposado". A lo que Sancho replica: "Para andar reposado y llano, mi rucio puesto que -antaño, ese modo conjuntivo significaba "aunque"- no anda por los aires; pero por la tierra, yo le cutiré -o sea, le pondré en competencia- con cuantos portantes hay en el mundo. Clemencín anota dos puntos "Portante: es paso menudo y apresurado". Adviértase que no hay contradicción ahí con lo de "llano y reposado", pues lo uno se dice del paso de la cabalgadura y lo otro de como se siente ese paso el jinete.

    De las referencias preinsertas es dable inferir que los versos transcritos primeramente, aparte el juramento a Apolo, pueden entenderse como sigue, poco más o menos: "Puesto que soy Fénix, vivo como ave: ligera, presurosa, y entro en la vida y salgo de ella con facilidad". En cuanto a los otros dos, pudieran entenderse así: "Doy respuesta pronta, apresurada, a los versos de camino que usted me envía". Huelga añadir que la expresión "de camino" se aplica a los versos del conde en forma análoga a la que "de viaje" tiene en "ropa de viaje".

    No obstante lo dicho, es posible que Sor Juana en el verso "La que vive de portante" haya usado el participio activo como sinónimo de "portador", e inclusive de "porteador"; con esta última acepción lo emplea Góngora en la letrilla que principia: "Ponderemos la experiencia", versos 19 a 22:
 

Visitado en su posada
De una dama cierto amante
Al escudero portante
De porte le dio una espada.
 
    La obra de nuestra insigne poetisa ofrece al lector otros muchos detalles que es entretenido analizar, inclusive errores sorprendentes por venir de mujer de tan superior inteligencia y de tan vasta cultura.
 
 
 
10 de diciembre 1953
 
 
 

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