Y así prosigue el libro cautivador:
Yamato Meisho Zué, en siete volúmenes, presentando
en la sucesión de grabados, todo cuanto de interesante y prestigioso
tiene la gran provincia central: aspectos de la naturaleza; fábricas
humanas; joyas de arte; imaginaciones mitológicas; episodios históricos;
ceremonias religiosas y fiestas profanas; anécdotas biográficas
de sus hijos ilustres, guerreros y poetas, sabios o pintores, ermitaños
o cortesanas...
Y semejantes al Yamato
Meisho Zué son todos los demás Meisho, ya describan
de Tokio a Kioto el pintoresco Tokaido o camino real del mar del
Oeste; ya se circunscriban a una isla y exalten las bellezas naturales
y artísticas de la encantada Itsukushima o bien pinten de Miako,
la Kioto antigua, los esplendores cortesanos y religiosos.
Nada existe, pues, como
tales libros para formarse una idea del Japón material y moral;
nada tan grato y amable como esos pintorescos documentos en que los mágicos
pinceles nipones, dicen cautivando lo que en otros países exponen
áridamente los geógrafos, relatan enfáticamente los
historiadores o enumeran e inventarían entre reclamos de hoteles
y anuncios de drogas, guías y vademécum de turismo.
De tales obras, populares
por excelencia, se desprende esa ingenua forma del patriotismo que se llama
orgullo municipal; pero no es este orgullo el batallador e intransigente
de las ciudades italianas del Risorgimento, sino una vanidad llena de
amor delicado y minucioso por bellezas regionales