JOSÉ JUAN TABLADA
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   Y así prosigue el libro cautivador: Yamato Meisho Zué, en siete volúmenes, presentando en la sucesión de grabados, todo cuanto de interesante y prestigioso tiene la gran provincia central: aspectos de la naturaleza; fábricas humanas; joyas de arte; imaginaciones mitológicas; episodios históricos; ceremonias religiosas y fiestas profanas; anécdotas biográficas de sus hijos ilustres, guerreros y poetas, sabios o pintores, ermitaños o cortesanas...
    Y semejantes al Yamato Meisho Zué son todos los demás Meisho, ya describan de Tokio a Kioto el pintoresco Tokaido o camino real del mar del Oeste; ya se circunscriban a una isla y exalten las bellezas naturales y artísticas de la encantada Itsukushima o bien pinten de Miako, la Kioto antigua, los esplendores cortesanos y religiosos.
     Nada existe, pues, como tales libros para formarse una idea del Japón material y moral; nada tan grato y amable como esos pintorescos documentos en que los mágicos pinceles nipones, dicen cautivando lo que en otros países exponen áridamente los geógrafos, relatan enfáticamente los historiadores o enumeran e inventarían entre reclamos de hoteles y anuncios de drogas, guías y vademécum de turismo.
    De tales obras, populares por excelencia, se desprende esa ingenua forma del patriotismo que se llama orgullo municipal; pero no es este orgullo el batallador e intransigente de las ciudades italianas del Risorgimento, sino una vanidad llena de amor delicado y minucioso por bellezas regionales
 
 
 


 
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