HIROSHIGUÉ 
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una verandah abierta sobre un paisaje de invierno, en el que los nudosos pinos y los agudos bambús asoman abrumados por la nieve...
   Y en mi jardín, sobre los ambarinos retoños de las acacias, sobre una tierna conífera verde azul como un jade, se abren las floraciones de las rosas de abril; "rosas negras" que tocadas de bermellón arden como luces de Bengala; rosas blancas, de esa variedad nueva en el país, cándida y mate como un biscuit de Sêvres que los jardineros del Valle designan con un nombre abyecto44  y que yo nombro "Scheherezada", pues sólo la carne blanca de la musa, bañada por la luna, podría emular la albura imponderable de la flor!
   Y llegan del jardín en el cálido efluvio de la mañana, perfumes suaves y místicos como el incienso y aromas violentos y sensuales como el almizcle, que por turbadores son casi una aura feminea...
   Y llegan desde el pabellón japonés, las albórbolas de los pájaros del archipiélago oriental, presos para mi deleite en jaulas de bambú; el canto irrisorio del kinka-chó, un rechinido, un tiple que tiene de adorable por ingenuo, lo que tiene de ridículo;45  el canto del jiu-shi-matzu, del canario canelo que es exactamente, el argentino cascabeleo de nuestro grillo doméstico...
   Y más allá, en el límite del jardín, tras de las raquetas de chalchihuite de un nopal y las recias
 
 
 
 
 

44. Rosa "pulque" ¡horresco referens!
45. El kinkachó "flor de oro" es por su matiz un faisán del tamaño de un colibrí y su canto es igual al sonido del pito con que los titiriteros oídos en la infancia fingían las voces del "Negrito", del "Sereno", de "Don Folías", de todos los personajes del Guignol mexicano, que como todo lo típico nuestro, ha desaparecido...

 
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