No bien dos mexicanos se reunen
cuando Huitzilopochtli aparece...
J.J.T.
Seymour es un culto norteamericano que, dominando el español, conoce de México todo su territorio, sus recursos, su cultura...
Y lo conoce porque lo ama, pues existe aquí una élite que considera a México con la más ferviente cordialidad y resiente nuestros infortunios tanto como aquilata nuestros valores.
Ayer mi amigo, retirándose tras de visitarme y viendo máquina y menesteres de escribir, ya listos sobre la mesa de trabajo, me pregunta qué tema iba a tratar...
Cuando se lo expuse, me contestó, olvidando sin duda su nacionalidad y la mía, para colocarse en un punto de vista superior por humano:
-¡Good!... el tema es oportuno e interesante. La filosofía de usted me es familiar, por ser tan parecida a la mía, a la de "los nuestros" que, aunque creciendo cada vez, no tiene aún la fuerza requerida para preponderar. Así, la crítica que resultará la estoy viendo, y aunque sea acerba, será justa, y ejercitada con usted en provecho de sus paisanos es absolutamente legítima. Porque usted refleja en sus escritos los verdaderos caracteres de nuestra civilización falsificada, deshaciendo el espejismo, que para muchos perdura todavía, de una prosperidad artificial, muerta hace tiempo...
"No admiréis, ni mucho menos imitéis estos sistemas, que tuvieron un momento esplendoroso, para derrumbarse enseguida, hundiendo a todos en la tiniebla... No aceptéis como axiomas esas audaces y funestas mentiras: 'time is money'... 'lucha por la vida'... 'dólar omnipotente'...
"De tantas falacias, lo único real es su consecuencia, el presente desastre, uno de cuyos aspectos vais a ver."
Tal me parece, en síntesis, el tema de muchas de vuestras crónicas. Estáis ahora llamando la atención sobre las catástrofes que predijisteis hace años, y creo que tenéis razón, por vuestro amor a México y por vuestro decoro de pensador...
Pero...
El cadáver en el trono
Iba yo a replicar que, si ese "decoro" fuera autoridad, anhelaría yo tenerlo en grado sumo, para impresionar a los lectores sobre la tremenda significación de lo que está sucediendo, cuando aquel "pero...", pronunciado enfáticamente, me hizo adivinar que lo que mi amigo me iba a decir era más importante que lo dicho antes.
Y así fue, en efecto:
-Déjenos usted, -prosiguió Seymour- déjenos usted dominados por el más espantable monarca que haya sometido a los humanos... En vuestra leyenda española, hay un paladín que ganó batallas después de muerto: el Cid Campeador... En vuestra historia indígena existió un tirano "Maxtlaton",1 que gobernaba agonizando, desde el petate en que lo sacaban a asolear...
Pero nuestro sino es todavía más estupendo. ¡Por algo somos los hijos de Edgar Poe, el de las imaginaciones pavorosas!... Con toda nuestra energía, con toda nuestra estructor, como si aunara en un solo maleficio el poder de los explosivos y el de los más sutiles venenos.
El oro es el "cuarto enemigo del alma", más fatal que los otros tres, aunque el tercero, la carne, sea su más poderoso aliado.
El oro es el anticristo de nuestra época; él fue quien, dividiendo al mundo en dos mitades, lo hizo destruirse en las hecatombes de la Gran Guerra.
La vida es una fiesta
Después de ese drama, el máximo en la historia del mundo, fue cuando, exhausto, el oro se anonadó, como incapaz de sobrevivir a sus crímenes. Perdió su poder talismánico; defraudó a quienes todo lo esperaban de él, dejó de ser cifra de la riqueza y perdió su identidad con el bienestar.
El oro murió, pero todavía la corrupción de su gigantesco cadáver envenena al mundo, y ese cadáver, cayéndose a pedazos, no sólo sigue gobernándonos, sino que con esa enorme carroña los fanáticos han hecho una trinchera, tapiando la puerta del futuro, obstruyendo el camino del porvenir, impidiendo que las fuerzas redentoras acudan a salvar a la humanidad...
Así estamos, desgraciadamente, y si usted presenta ese cuadro a los lectores de su patria, es con la buena intención de que rechacen cuanto pueda acarrear esos lamentables resultados.
Afortunadamente, no es el de usted terreno propicio para que ese mal pueda cundir. No creen ustedes tan ciegamente en la "lucha por la vida". Saben hacer de ella una fiesta y reconocen que tiene, sobre todo, un fin espiritual. Desde los indios que el Padre Durán2 vio extasiarse ante rosas y xúchiles, la belleza es para ustedes una ferviente religión.
Vuestros artistas -que son legión- penetran en la vida como los misioneros al Continente Negro, y no está lejano el día en que esos artistas, fervientes en un medio hostil, sean considerados por su magnánimo desinterés como apóstoles o como héroes...
Time is money? Para el sentir mexicano, hacer eso con las horas hijas del sol y de la luna es como hacer requesón con la Vía Láctea...
No, el peligro de ustedes es otro, y si yo fuera escritor mexicano, dejaría que en esta patria "los muertos enterraran a los muertos" y denunciaría el peligro, que para México puede ser fatal...
Verdugos y verduguillos
Ese peligro tiene varios nombres, desde desunión hasta "huichilobismo", que me parece el más exacto, pues connota aquel refinamiento en la destrucción, sólo poseído por el terrible y repugnante numen azteca.
Y quizás si a ese mal, a ese peligro devastador, le llamásemos por ahora "autodepreciación", implicaríamos mejor sus más destructores caracteres...
Pero entendámonos. Esta "autodepreciación" es nacional, no individual. Si decimos México se desprecia a sí mismo, eso no quiere decir que cada mexicano se tenga en poco o en nada en fuerza de ser humilde o modesto... Quizás suceda lo contrario; quizás sea un desmesurado amor propio lo que impide la reciprocidad en reconocer los méritos ajenos, haciendo fracasar no sólo la sabia máxima: "La unión hace la fuerza", sino intentando oponerse al plan integrativo de la Evolución. Lo cual, aun como intento, no es sólo peligroso: es fatal.
Pero siendo o no la causa el exagerado amor propio, lo cierto es que en México se desprecia lo mexicano y que, juzgándose los unos a los otros, resultan no sólo injustos, sino crueles...
Permita usted que le refiera, en pro de mi dicho, cierto pequeño trabajo de research, muy anglosajón, llevado a cabo por mí y por un amigo mexicano, allá en Tenochtitlán, en los cursos de verano, a la sombra beatífica del señor Jiménez Rueda3...
Decidimos investigar el mérito, muy positivo, en nuestro concepto, de varias personas de diversas actividades: políticos, filósofos, literatos, músicos, militares, artesanos...
Escogimos en cada grupo a varios de los mas conspicuos y, como era natural, consultamos la opinión de los especializados en cada actividad. Hicimos más, a los filósofos, a los poetas, a los músicos elegidos por nosotros, les pedimos confidencial y separadamente la opinión que cada quien tuviera de sus colegas...
¡Amigo mío, el resultado fue desastroso y negativo! Con boyante o cínico desdén o con sutiles reticencias, los unos se negaban a los otros. Se amenguaban, se anonadaban o simplemente se difamaban con esprit, con elegancia, erigiendo el "asesinato (espiritual) en una de las Bellas Artes"...
Leon Bloy4, el energúmeno, el "contratista de demoliciones" literarias, debe haber sonreído desde las sombras donde vaga su alma en pena.
Pero aquel verdugo de eminentes guillotinas tuvo por lo menos un propósito, y estos "verduguillos" sutiles y solapados destruían sin ton ni son, o como ustedes dicen por allá, "a la buena charamusca"...
Hacia la Tierra Prometida
Creo fue el Dr. Atl quien dijo que los turistas de norteamérica (¡mis hermanos en latitud y longitud geográfica, no en las del espíritu!) fueron quienes descubrieron y valorizaron las preseas artísticas de México.
Se llevaron cuantas pudieron, y mientras ustedes se daban cuenta de que poseían tesoros, todas las joyas transportables, las mejores, las más raras, las únicas, fueron a parar a los museos y a las colecciones privadas de Europa y de esta nación.
Todavía no se dan ustedes cuenta de algo que aquí ya es cosa sabida y aceptada, de que así como Estados Unidos es país de industria, México es país de cultura, de que, en tal virtud, el país de ustedes tiene una función complementaria del nuestro...
Si de eso se dieran cuenta ustedes, ya el producto de belleza habría sido considerado factor económico y marketable, mejorando por la técnica científica las materias primas, que hoy son ínfimas y perecederas, frágiles y hasta deleznables, como en la loza de Guadalajara...
Y este país, ávido de arte, sobre todo de arte americano (la ambigüedad del vocablo es propicia), estaría absorbiendo los productos mexicanos, como absorbe los del Japón y aun los de Checoeslovaquia, aun siendo como son pompiers.
Es que ustedes no se estiman; es que ustedes se desprecian, extasiándose en cambio ante las concupiscencias del celuloide de Hollywood, disolviéndose en la gasolina de Ford, pervirtiendo su oído y su mente con la música en lata y los discursos ventrílocuos de nuestro radio comercializado.
Mas donde la "autodepreciación" toma caracteres más siniestros es tratándose de los valores humanos. En un tiempo se sacrificó a los vivos, a reserva de embalsamar y dorar sus cadáveres a la manera egipcia, pero últimamente los "verdugillos" llegaron a profanar las sepulturas ilustres para robar el oro de la gloria.
Así sucedió con Gutiérrez Nájera, a quien se intentó amenguar, cuando precisamente François de Miomandre6 lo exaltaba como ejemplo; así aconteció con Díaz Mirón, a quien recién muerto atacó la envidia, mezclándose a las larvas sepulcrales...
Y así sucede con los vivos. Al alto poeta González Martínez se le atacó, porque tuvo a bien, muy dueño de su conciencia, declararse en favor de la Revolución, a cuyo gobierno representaba prestigiosamente.
Esos revolucionarios que quieren monopolizar las ideas, deben saber que, en virtud de los más modernos adelantos científicos y filosóficos, todas las mentalidades esclarecidas avanzan hoy hacia la izquierda y guiados por la brújula de Carlos Marx o por la estrella de Cristo ...
"Las personas más distinguidas se hacen más revolucionarias conforme se hacen más viejas", dijo don Luis Cabrera, maestro en el pensamiento y en la acción. Así González Martínez, así usted, mi amigo; y así, primero que nadie, Díaz Mirón, que en un par de versos sintetizó toda la economía futura, toda la justicia social...
El erostratismo, que, traducido al azteca, es "huichilobismo", intentó recientemente hacer su víctima a otro ilustre mexicano, Alfonso Reyes8, literato lleno de méritos, que sólo con su Visión de Anáhuac ha conquistado en el extranjero amigos y admiradores para México...
Y hombres así, puesto que el de ustedes es un país cultural, son los más necesarios, y su misión es la más difícil, porque gritar dentro de casa "¡Viva México!", exaltándose sentimentalmente hasta el delirio, es bien fácil, es casi pueril...
Lo difícil es ir a suelo extraño y, venciendo hostilidades o indiferencias, con la sabiduría acopiada durante una vida de estudio, con el dominio de las lenguas extranjeras y el conocimiento del medio ajeno, hacer que México, vuestra patria admirable, sea estimada y admirada...
Porque lo primero que hacemos los extranjeros es ver si quien exalta la virtud suprema de México, su cultura, su superioridad espiritual, acredita con sus propios méritos esa cultura... Si no, cuanto dice y hace nos parece "propaganda", cosa que aquí hemos llegado a detestar.
Esos misioneros son la floración espiritual de vuestra patria y su mérito debe ser reconocido y aprovechado. En tesis general, puede decirse que cuando el mérito es positivo rebasa las fronteras nativas.
En todos los órdenes, desde las jerarquías políticas hasta las culturales. Aquí fue donde se vislumbraron las dotes de líder y de estadista del general Calles, cuando hace años se le llamó the iron man; aquí se reconocieron las cualidades organizadoras y administrativas que vuestro actual presidente, general Abelardo Rodríguez,10 demostró en California, y se distinguieron sus posibilidades presidenciales...
Aquí, con Diego Rivera a la cabeza, una pléyade de artistas mexicanos prestigia a México y consigue honra y provecho...
Quienes en el extranjero, tras de cruentas luchas, han honrado a México, deben ser considerados como beneméritos y aprovechados y estimulados. Usted mismo, tras de largos años...
-Yo, interrumpí, he merecido el honor de que, siendo embajador en Washington el doctor Puig Casauranc, leal patriota, revolucionario prócer y autoridad en ciencia y letras, haya reconocido mis labores pro patria y aun concedídoles importancia...
-Sí, pero materialmente la vida de usted, consagrada a la patria hoy, como dijeran los latinos, Desinit in piscem11...
-Bien, repliqué, por poner fin a un tema que se tornaba personal, ¡no sólo de pan vive el hombre!
¿Notó acaso mi amigo que el ahogado suspiro que acompañó a mis palabras, por decoro, se transformó en bostezo?
El Universal, año XVII, tomo LXVII (6107), 23 jul. 1933,
secc. "El Magazine para Todos": 3, 7.