Progenie de Babel
Las recientes noticias de que acaban de descubrirse las ruinas del Zigurat1 o Torre de Babel llegan a tiempo de que los israelitas y sus émulos se dan cuenta de que los rascacielos, orgullo de esta urbe, no son sólo la multiplicación de ese monumento de la soberbia humana, sino que multiplican también aquello de que la Torre de Babel es símbolo y que su mismo nombre expresa: la confusión...
Los rascacielos se identifican, además, con la Torre de Babel por otros caracteres. Materialmente, por la estructura piramidal, por los pisos en receso hacia la cumbre y también porque en uno de ellos se guardaba el arca o tabernáculo.
¿Cuál puede ser el tabernáculo de un rascacielos, templo de riqueza, sino la caja fuerte?
Pensad que la riqueza está hoy en gran parte detentada por los bootleggers que explotan la taberna, por los white slavers que explotan otras cosas, y hallaréis -¡eureka!- la equivalencia rigurosa entre uno y otro mueble funcionando en comarcas, donde el fin, que es la riqueza material, justifica los medios por todos conocidos...
Por si todo ello no bastara, los rascacielos se identifican con Babel, su señora madre, por el sentimiento orgulloso que los erigió.
Jugar con fuego
Dicen las Escrituras que antes de construir la torre fatídica "los hombres tenían una lengua única y hablaban un solo idioma", lo cual simbólicamente, que es como deben interpretarse esos textos, equivale a decir que los hombres se entendían perfectamente, cooperando con armonía en un propósito común...
No existía entonces competencia vital, ni lucha por la vida, pues aunque parezca extraño, no nacía todavía el mono, que, según Darwin, había de ser nuestro padre, haciendo que el efecto volviera al seno de la causa, como en la pantalla, pasando al revés una cinta, puede el héroe biografiado regresar con toda naturalidad al claustro maternal...
Fue entonces cuando los hombres, haciendo que el humanismo sin Dios naciera automáticamente, decretaron, ebrios de orgullo: "¡Vamos a edificar una torre, cuya cumbre alcance al cielo!"
Los planos azules del Woolworth Building, del Chrysler y del Empire State,3 tienen como lema la misma frase, clamada en paroxismo de soberbia: "¡Vamos a escalar el cielo!"
Pero no lo dijeron aquí con tan franca solemnidad, pues los hijos del jazz, de lo clásico sólo hacen uso externo, cataplasmando de gótico al Woolworth, de maya al Paramount, de renaissance a la casa Vanderbilt... No dijeron "¡escalemos el cielo!" por miedo de ser confundidos con Prometeo, vulgar ladrón de ese fuego celeste que no se cotiza en el mercado...
No hay que jugar con fuego, dicen los pragmáticos, y menos en juegos de bolsa, porque aun en los bolsillos el fuego suele ser juego de varones, y el fuego de bolsillos, los cerillos, resultar peligroso y "explotar" mejor que ser explotado.
Allí esta Kreutzer...
Escalando el cielo
Allí está en su velorio sin velas ni blandones, yacente quizás entre cuatro cerillos, el cadáver del rey de los fósforos, que aun siéndolo, anduvo en sus últimos días pidiéndole la lumbre en vano a todos los banqueros del mundo.
El Nerón financiero que, en su ambiciosa piromanía, deseó quizá que la humanidad tuviera una sola cabeza, de cerillo, naturalmente, para inflamarla, iluminando así su propia apoteosis.
La humanidad se salvó porque el rey de los fósforos perdió primero el fósforo cerebral y luego la cabeza, que era una enorme fosforera, y no se sabe si primero o después, como causa o como efecto, los súbditos del rey, los fósforos mismos perdieron también la cabeza y así decapitados, quedaron convertidos en simples palillos de dientes, artículo absolutamente superfluo en estos días, en que la humanidad no se limpia los dientes porque no come y no come por la sencilla razón de que los que tienen que comer no tienen apetito y los que tienen apetito y aun hambre no tienen qué comer...
Mas decíamos que los arquitectos de rascacielos no tuvieron la épica boyantía de los constructores de Babel y desdeñaron por poco práctico el heroísmo mesiánico de Prometeo y su sacrificio en pro de la humanidad.
¿Para qué escalar el cielo, donde el real state tiene que ser poco real y bueno sólo para especulaciones filosóficas, sin ningún interés compuesto?
Frente a lo invisible...
El hombre mismo de las torres neoyorquinas aúna a la ambición de Babel un irrisorio sacrilegio. Rascacielos: skyscraper...
Es cierto que sky, siendo cielo y firmamento, no connota lo divino tanto como en castellano, pero es, sin embargo, bastante imponente y cósmico para desleír nuestra pequeñez en insignificancia, en humilde atomicidad.
A pesar de ello, las nuevas torres de Babel se llamaron "rascacielos", sin que nadie encontrase grotesca la fanfarronada ni tomara a mal que en ese ímpetu hacia arriba los pináculos que antes elevaban una cruz (el símbolo más antiguo y venerable), elevaran ahora el símbolo del dólar.
Cuando eso sucedía, el dólar era aún el Allmighty, el todopoderoso, y en medio del banquete de la prosperidad, cuando "el letrero sobre el muro" no había aparecido todavía, la fanfarronada pareció donairosa.
¡Rascacielos!... Vamos a hacerle cosquillas a Jehová o por lo menos al cosmos.
En medio del festín y la apoteosis, era fácil sentirse antropocéntrico y ver en el Dios antropomorfo, a nuestra imagen y semejanza, un patriarca bonachón e indulgente con sus hijos traviesos y convertidos en enfants terribles...
Hasta lanzarse a la Gran Guerra como los valientes de nuestros barrios cuando "compran pleitos"... Hasta creer que en el terreno material la guerra sería un buen negocio y en el moral los sacrificios de vidas y los derroches de tesoros no tendrían consecuencias negativas hasta la fatalidad que hoy consterna al planeta...
Todo por creer que en el mundo de los noúmenos, de los arquetipos y de las causas regían las mismas leyes que rigen al mundo nuestro, el visible, el de los efectos, perdido como un átomo en aquel invisible y enorme cuyo principal carácter es la incomprensibilidad.
Desde las cumbres...
Ante ese misterio, ante el océano insondable de las causas que nos rigen, no es por cierto la soberbia la reacción natural... Pero en un mundo desnaturalizado, que por mejor ligarse a la materia rompe el nexo cósmico, Dios no se toma en cuenta como evidencia, pero ni siquiera como misterio...
El mismo genio que mandó pegar un anuncio de Hollywood en el rostro de la Esfinge de Tebas, vendando con el nombre de las estrellas carnales los únicos ojos que contemplan la eternidad, plantó esos irrisorios faros, que con ráfagas de tiniebla ahogan las postreras luces de un mundo que se va quedando a obscuras.
Los rascacielos, índices de la soberbia; los hijos de Babel, que osando rascar el misterio acabaron de precipitar sobre el mundo las cataratas de la confusión...
El superrascacielos, el Empire State, se alquila como observatorio o belvedere, como Torre de los Panoramas y quizás providencialmente, porque si el hombre pone y Dios dispone, los rascacielos sólo fueron construidos para que, elevándose no ya a las cumbres espirituales, sino a cientos de metros sobre el suelo, permitieran que los hombres se vieran unos a otros, arrastrándose sobre el pavimento, a manera de hormigas, en su justa y real insignificancia.
Parábola de los rascacielos
Entretanto, mientras esta formidable parábola acaba de operar sus fines catárticos, un ingeniero del propio Rockefeller y arquitecto desilusionado de las atalayas del orgullo, Mr. Welles Bosworth, declara en París, en medio de una asamblea de intelectuales:
"El rascacielos es un crimen contra el urbanismo. Crea terribles corrientes de aire y obliga a quienes habitan pisos inferiores a llevar una vida inhumana, una existencia de parias y de esclavos, sin aire y sin luz... Ha hecho de Nueva York un lugar inhabitable, de donde quienes pueden huyen, donde quienes permanecen contraen enfermedades nerviosas, fobias incurables".
Ya Claudio Bragdon, otro arquitecto, aunque no de rascacielos, sino de sagrarios ideológicos, había dicho con mayor elocuencia:
"El rascacielos es un monstruoso manzanillero de fatal sombra, que sólo puede crecer en tierras abonadas con el estiércol del dólar... Es un barón feudal irguiéndose entre sus vasallos y aplastando los derechos de la humanidad, circunstancia que al fin los anonadará".
La confusión, que se coagula en torno de los rascacielos, puede ser, en efecto, el principio de la gigantanasia, la ley niveladora que terraplene los abismos con cadáveres de monstruos y llene con los despojos gigantescos los subways, las catacumbas, las ergástulas donde se arrastran los lamentables habitantes de "Metrópolis"...
El Universal, año XVI, tomo LXII (5688), 29 mayo 1932,
secc. "El Magazine para Todos": 3, 7.