La vida de Cervantes se abre con un signo de interrogación, otro la cierra. Se ignora el día de su nacimiento, aunque no el de su bautizo, 9 de octubre de 1547. No se sabe la fecha exacta de su defunción, pero sí la de su sepelio, 23 de abril de 1616. En este tricentésimo cuadragésimo segundo aniversario de su inhumación, la mejor manera de honrar al escritor inimitable es hojear sus libros, fuentes de duradero contento. Otra forma gustosa de recordarle es leer su biografía o algún ensayo o comentario acerca de su obra magnífica. Inclusive es dable, como suele decirse, besar al santo por la peana: a eso equivale el curiosear cualquier librillo que le ataña.
Sea aquí la simbólica
peana El Buscapié. Desde mediados del siglo XVII se rumoreaba
que Cervantes había escrito un opúsculo, impreso anónimamente
con aquel título, criticando al Quijote y dejando entender
que era obra "de clave", donde se satirizaba a personajes diversos -el
principal, Carlos V-, aliciente que habría de picar la curiosidad
de la gente moviéndola a mover el libro. Recogió el rumor
don Vicente de los Ríos y Galve en el "Elogio histórico de
Cervantes" que en 1773 leyó en la Academia Española. En su
noticia biográfica de 1778, preliminar -con otras más- de
su "Ensayo de una Biblioteca de traductores españoles", don Juan
Antonio Pellicer y Saforcada lo recogió asimismo, pero sin darle
crédito, antes bien recordando que las varias ediciones del Quijote
hechas mientras vivió el autor "prueban su pronto y abundante despacho,
y contradicen la intención que se supone en "Cervantes".
De los Ríos, más crédulo,
se esforzó por comprobar la existencia de El Buscapié,
y en la edición del Quijote de 1780 insertó una carta
de don Antonio Ruidíaz, quien aseguraba que en 1759 el conde de
Saceda le había mostrado en su biblioteca "el ejemplar fénix"
del folleto.
La descripción hecha por Ruidíaz contradice la supuesta calidad de obrilla, puesto que de crítica del Quijote pasa a ser elogio de este y estímulo a leerlo. Prestó apoyo a la conseja el aserto de don Agustín García de Arrieta en la segunda edición en miniatura del Quijote (París, 1832), en el sentido de que la condesa viuda de Fernán Nuñez le dijo en 1807 haber tenido en las manos un ejemplar del El Buscapié, adquirido por su esposo cuando era Embajador de España en Portugal. Arrieta no encontró el librillo en la biblioteca del conde, y la viuda opinó que acaso fue quemado, porque la inquisición expurgó los libros de su esposo después del fallecimiento de éste.
Con esos antecedentes, al "más que travieso erudito gaditano" -como don Francisco Rodríguez Marín llamó a don Adolfo de Castro y Rossi en el prólogo al libro de don Cayetano Alberto de la Barrera más adelante mencionado- se le ocurrió la "reprobable travesura" de escribir de tapa a tapa el no hallado Buscapié y darlo como descubierto por é. Sírvele de circunstancia atenuante la juventud: contaba 24 años de edad. Tras el título, la portada de la edición original reza: "Opúsculo inédito que en defensa de la primera parte del Quijote escribió Miguel de Cervantes Saavedra. Publicado con notas históricas, críticas y bibliográficas por don Adolfo de Castro. Cádiz. Imprenta, librería y litografía de la Revista Médica, a cargo de D. Juan B. de Gaona, Plaza de la Constitución n. 11. -1848". El título del supuesto manuscrito cervantino es: "El muy donoso librillo llamado Buscapié, donde, demás de su mucha y excelente doctrina, van declaradas todas aquellas cosas escondidas y no declaradas en el Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha, que compuso un tal Cervantes de Saavedra".
Pronto fue impugnada la obra como apócrifa, si bien Castro, durante el medio siglo que aún vivió, sostuvo contra viento y marea su autenticidad. Nuestro doctísimo compatriota don Francisco A. de Icaza, en su ameno libro Supercherías y errores cervantinos puestos en claro, dice a este respecto: "Punto por punto se le dijo y se le demostró que el prólogo lo había hecho juntando el del Viaje del Parnaso con el de las Academias Morales, de Enrique Gómez; que la trama era un remedo del encuentro de Cervantes con el estudiante pardal, referido en el prólogo de Persiles, que en La adjunta al Parnaso, en los epigramas de Polo de Medina, en el Libro de la Gineta por Fernández de Andrada, en las célebres octavas de Pablo de Céspedes, en el Examen de Ingenios de Huerta, y en el Diálogo de la verdadera honra militar por Urrea, estaban los elementos y los retazos enteros con que confecciono el texto".
La querella del Buscapié fue enconadísima, sobre todo entre Castro y don Bartolomé José Gallardo, que le llamó Buscarruidos. Con minuciosidad la reseña don Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado en su muy documentada obra El cachetero del Buscapié, escrita de 1849 a 1866 y editada en Santander en 1916. Bien titulada está, porque el criterio actuó como "cachetero" -hoy decimos " puntillero"- del desmandado torete que el desenfado del joven erudito soltó en el ruedo literario.
Tuvo Castro contados defensores, si
bien algunos de talla, como don Manuel Cañete, don Serafín
Estébanez Calderón y don Antonio Cánovaz del Castillo;
pero poquísimos fueron frente a la legión de sus impugnadores,
quienes demostraron, de manera irrefutable, los errores de cronología,
del léxico de gramática, etc., en que incurrió Castro.
Varias de las precisiones que éste puso en la obrilla para darle
mayor verosimilitud sirvieron precisamente para probar la también
contrahecha superchería: "carta inédita de Mateo Alemán,
autor de El Pícaro Guzmán de Alfarache, a Miguel de
Cervantes, firmada en Sevilla a 20 de abril del año de 1607", que
figura en apéndice; y, sobre todo, el aserto de que el manuscrito
era una copia sacada en 1606 para Agustín de Argote, hijo primogénito
de Gonzalo Argote (o Zatieco) de Molina, ilustre erudito sevillano, autor,
entre otros libros famosos, de Nobleza de Andalucía, de cuya
edición príncipe (Sevilla, 1588) tiene un preciado ejemplar
la Biblioteca Nacional de México. Demostrado por Ticknor en su
Historia de la Literatura Española que Agustín murió
antes del 5 de julio de 1597, se deshizo todo el tinglado de El Buscapié.
Se da éste como de Castro en las ediciones recientes, y a su nombre
figura en el catálogo de nuestra Biblioteca Nacional. Años
después, los descendientes de don Adolfo de Castro entablaron pleito
contra un editor para reivindicar los derechos que le correspondían
como herederos del auténtico y único autor de El Buscapié.
A su modo, el escritor gaditano fue
un eficacísimo propagandista de la gloria cervantina: su ocurrencia
dio multitud de lectores al Quijote, libro que es "tesoro de juicios
y delicia de los doctos", según dijo en su Oración fúnebre
en las honras de Cervantes celebradas en 1876 en la iglesia matritense
de las monjas trinitarias el Dr. D. Servando Arbolí y Faraudo, canónigo
granadino.
Domingo 13 de abril 1958