JOSÉ JUAN TABLADA
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llamas, con el impulso de una víctima que fuera a ofrecerse en holocausto y con la firmeza a la vez, de una estatua de bronce, como tal inmóvil y oscura, ejemplificando solemnemente el deber heroico y cumplido. Ante la muchedumbre que lo aclamaba, el héroe parecía tan indiferente como ante las llamas que se retorcían a sus pies. Cual sobre un cielo de apoteosis se destacaba aquella silueta sobre el horizonte incendiado.
    Y la bandera, temblaba, pero el hombre no se movía!
 
 

    Hasta pasada media noche y en toda la velada del Ratón, el fuego se mantuvo amenazante. Varias veces los hikeshi, pensando que el incendio decaía tras de la maniobra de zapa, que en su dialecto llaman Keshi Kuchi, gritaron sobre las techumbres, para emular a los equipos vecinos:
    —¡Shita bi! ¡Shita bi! ¡El fuego declina!...
    Y la multitud alborozada y los vecinos ansiosos, que temían un ruisho o súbita propagación del fuego, repetían como un coro jubiloso, entre el zumbar de las columnas de llamas y el sordo estrépito de las pesadas tejas cayendo entre las maderas calcinadas:
    —Shita bi! Shita bi!
    Pero el viento de la legendaria llanura de Musashi no amenguaba; a su ímpetu las ígneas columnas se abatían de Sur a Norte; los torbellinos de fuego se retorcían como furiosos dragones, cuyas garras y tentáculos remedaban las flámulas y cuyas escamas, desprendidas en esfuerzo de violentas torsiones, eran las menudas chispas que sin cesar 
 
 
 
 


 
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